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Estatuto del cooperante

Publicado el 1 de septiembre de 2008
Hace más de dos años que se aprobó un Real Decreto para la regulación laboral de las personas que trabajan en cooperación al desarrollo en el exterior. Se cumplía así con uno de los desarrollos reglamentarios establecidos en nuestra Ley de Cooperación que respondía a una demanda soterrada de profesionalización del sector no gubernamental.

Aún hoy la imagen pública de los cooperantes que se transmite desde los medios de comunicación tiene más de la nueva mística solidaria que de análisis de una realidad compleja y ambivalente. Pareciera que la sociedad del consumo y el despilfarro necesita de nuevos héroes para hacer olvidar sus contradicciones. En este contexto el estatuto supone un paso más en la institucionalización y el reconocimiento de una actividad que nació marcada por el compromiso personal, por el sacrificio y la renuncia, y que se origina en el espacio íntimo y oscuro donde nacen las utopías. La institucionalización felizmente contribuye a objetivar derechos; espero que los cooperantes y las organizaciones sepan equilibrar tanta racionalidad con la materia de la que están hechos los sueños.

Es innegable la gran complejidad técnica y política del trabajo que deben realizar los cooperantes. A menudo se ha sustituido la ignorancia y la falta de preparación con la errónea convicción de que la voluntad y el sacrifico por sí solos siempre aciertan. Muchos de los errores cometidos en la historia de la cooperación se deben a la soberbia de quienes se sienten con derecho a decidir por otros, derecho legitimado por el hecho de haberse trasladado, de saberse cooperante, o misionero… La formación humana y técnica de los cooperantes debe ser un requisito indispensable, de la misma forma que para las organizaciones debe ser una obligación el compromiso con los pueblos y con sus aspiraciones de transformación política y social que compense también las visiones tecnocéntricas del desarrollo.

Con razón nos dice Bauman que el nuevo factor de estratificación social de la sociedad de consumo globalizada es la movilidad global, que nos divide en turistas o vagabundos. Ahora los cooperantes se mueven con derechos, con seguros y con reconocimiento. ¿Cómo enfrentaremos las organizaciones sociales el riesgo de convertirnos en “turistas” privilegiados, en lugar de en agentes para la transformación de una sociedad mundial asimétrica e injusta?