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¿Luchas tribales en Kenya?

Publicado el 4 de febrero de 2008
Nos dicen que en la ejemplar Kenya se matan por las elecciones y razones tribales. Nada más lejos de la realidad.

La realidad es que en el Índice de Capacidades Básicas de la Plataforma 2015 y más, Kenya está en el grupo de los 25 países del mundo en situación más crítica: sus indicadores de salud, educación y empleo muestran una profunda crisis.

La realidad es que Kenya no es un prodigio de estabilidad y desarrollo económico. A pesar de que en los últimos 7 años su economía haya crecido el 4,5% anual: el 80% de la población malvive de la agricultura que sólo aporta el 28% del producto nacional; en Nairobi el 60% de la población vive en el 6% del territorio en asentamientos informales, sin título de propiedad, empleo formal, ni infraestructuras.

Pero el centro financiero Nairobi Stock Exchange arroja ganancias millonarias para las inversiones británicas que dominan el país con empresas como Unilever, Finlays, GSK, Vodafone, Barclays y Standard Bank. El principal socio comercial de Kenya es la UE que acaba de asegurarse sus intereses con un acuerdo comercial que obvia las asimetrías existentes. Además, Kenya sirve como base estratégica para el control del este africano por parte de los EEUU y su lucha contra el islamismo. Kenya es para la comunidad internacional un privilegiado corredor comercial desde su puerto al índico en Mombasa hacia la región de los grandes lagos y un excelente importador de derivados del petróleo.

El descontento generalizado es una espiral creciente desde hace tiempo.

Kibaki llegó al poder en 2002 prometiendo el fin de la corrupción y una reforma constitucional. Traicionó ambas apenas alcanzó la presidencia. Odinga ha reunido el voto de ese descontento, por lo que su victoria ha vuelto a ser vendida a la población desesperada como la única salida posible para los problemas del país. Ambos han traspasado cualquier línea roja de la prudencia o del respeto institucional por lograr acceder al poder.

La realidad es que Kibaki es el tercer presidente en 44 años de república, lo que muestra la débil alternancia democrática. Además, ambos rivales pertenecen a la elitista clase política kenyata invariable desde la independencia en 1963. Ambos se formaron en la metrópoli londinense.

Cualquier acuerdo entre estos líderes de la élite que no incluya reformas profundas apenas servirá, en el mejor de los casos, para que finalicen las revueltas y matanzas indiscriminadas, mucho más explicables desde la desesperación colectiva por la falta de futuro que por razones tribales o de política partidista.

La Ayuda Humanitaria y el restablecimiento de los derechos y libertades son urgencias impostergables en la Kenya de estos días, pero no son la solución a las causas de una violencia, que es un síntoma de la falta de viabilidad del estado kenyata mientras la alianza entre la expansión del capital multinacional y las élites políticas locales siga dominando el país y obstruyan propuestas de reforma institucional y política en materia de gobernabilidad y distribución de los recursos.

De muy poco servirá apagar las llamas de un incendio si la comunidad internacional sigue alimentando los rescoldos con las políticas financieras y comerciales actuales.