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Haití: una oportunidad para la coherencia

Publicado el 26 de enero de 2010
Haití agonizaba antes del terremoto. Por eso más vale emprender transformaciones que reconstrucciones del desastre. Lo que el terremoto ha desvelado para el gran público no se resuelve ni reconstruyendo edificios ni prometiendo cantidades de dinero, aunque ambas cosas vayan a resultar imprescindibles.

Los medios han repetido hasta la saciedad la coletilla “Haití, el país más pobre de América Latina”, que a estas alturas es lo mismo que decir nada. Porque la pobreza no llega a un país como llega un terremoto, ni se explica por su situación geográfica sobre una falla de cierta importancia.

Olvidan contar que es una democracia joven y poco más que un Estado fallido, convulso de pobreza. Un siglo XX perdido por décadas de ocupación gringa primero y de la dictadura de los Duvalier consentida por las grandes potencias después. Los últimos veinte años de globalización económica no dejó muchos más beneficios en Haití: las exportaciones subvencionadas de arroz estadounidense reventaron los frágiles mercados locales expulsando a cientos de miles de campesinos a los arrabales de la capital, como en tantos otros lugares. La exigua inversión extranjera en el sector turístico se ocupaba diligentemente de sacar del país las divisas obtenidas.

Cien años de tropelías no pudieron ocultar lo que hoy es evidente para quien quiera conocer Haití: que posee riquezas culturales y territoriales inmensas; que cuenta con una historia original y corajuda desde 1804 cuando se constituyó en la primera independencia negra del mundo; que sus muchos kilómetros de costa caribeña ofrecen oportunidades enormes para la inversión pesquera y turística; que dispone de multitud de organizaciones sociales articuladas y comprometidas con el futuro de su país por más que hayan sufrido la persecución de la dictadura primero y la indiferencia de las instituciones internacionales después.Haití necesita sentirse protagonista de su propia historia. Los países e instituciones que quieren ayudar deben apostar por el gobierno y el pueblo haitianos. Deben abandonar la patética competencia por rentabilizar mediáticamente sus poses solidarias. Lo que queremos de los países donantes es que hagan política: que cancelen inmediatamente toda la deuda externa haitiana; que prohíban todas las exportaciones, subvencionadas o no, que afecten a las posibilidades de producción y reconstrucción de los mercados internos; y que coordinen todas sus ayudas en función únicamente de los intereses y las demandas del pueblo haitiano, y a través de la institucionalidad haitiana.

La movilización de la solidaridad mundial debe servir para que los haitianos legitimen su futuro. Su gobierno y sus organizaciones sociales deben ser las únicas depositarias de los esfuerzos humanitarios y de cooperación. Con todas sus contradicciones y con todas sus dificultades. De lo contrario nos espera una patética competencia de donantes rubios disputándose beneficiarios en un territorio devastado, no por el terremoto, sino por una historia que no les dejamos protagonizar. Ojalá que las ayudas se conviertan en parte de la historia y de las biografías haitianas. Sólo ellos pueden hacerlo.